Julia Hernandez
Nació en Limón, Costa Rica. Formó parte del Taller de Literatura de la Universidad de Costa Rica organizado por la poeta Julieta Dobles.
Ha obtenido la mención honorífica en el Tercer Certamen de Poesía Haiku a Nivel Centroamericano realizado por la Embajada de Japón y la Asociación Cultural nueva Acrópolis, además del Tercer Lugar en la categoría de Tema Libre del Certamen Tradiciones Costarricenses (Publicación en “Cuentos y Leyendas, Anécdotas e Historias de Vida. Provincia de Limón") realizado por el Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural (CICPC), del Ministerio de Cultura y Juventud.
En el 2015 publicó su primer poemario Tres Vueltas de Llave de la Editorial Biblioteca Líneas Grises, en 2017 Cuerdas Contra el Viento, Círculo de Poetas Costarricenses y en el 2018 publicó su libro Boleto al Caribe, con la Editorial Estucurú.
Actualmente cuenta con un libro inédito.
Es miembro de La Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional y miembro activo de la Junta Directiva de la Asociación Costarricense de Escritoras. Ha participado en diferentes Antologías. Letras sin Fronteras IV, publicada en El Salvador, en la Poética De Los Cinco Continentes Arbolarium, publicada en Bogotá Colombia, en los Cuadernos Poesía a Sul en Portugal, en la de Bitácora Abierta, 31 Latidos en el Andén y en la Antología Líneas de Mujer.
Ha participado como invitada en el XIII Festival Internacional de Poesía en Granada, Nicaragua 2017, Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico 2017, Primer Festival Centroamericano de Poesía en El Salvador Anastasio Aquino 2018, Primer Festival de Poesía Miami 2018 y en la Hispanic Heritage Book Fair Miami, 2018, en Miami.
De mi libro Boleto al Caribe
2018
Miss Emily
Los recuerdos danzan como acróbatas
sobre el viejo corredor de madera,
cuando jugaba en aquellas tardes
con los patines, la rayuela,
o girando entre hileras de caracolas,
icacos y uvas de mar
junto al olor primordial del bulto de cuero
y los lápices de colores.
Mientras tanto, la música de Walter Ferguson
se abre paso por las rendijas
de la antigua casa,
desmontando las paredes del olvido
con su cadencia de tambores,
tomillo, brisa y sal,
que enciende los acordes del calipso
en tantas venas.
Y entre todas esas cosas,
aquella fotografía de mi infancia,
con Miss Emily.
Ella llegaba con su paso ligero,
segura de su destino,
como una orquesta de mar,
dando una serenata de ella misma.
Miss Emily seguirá ahí,
por aquellas aceras calientes de Puerto Limón,
en la fertilidad del recuerdo,
sentada en la esquina de aquella pulpería
del chino Arturo.
Miss Emily seguirá ahí,
con sus brazos negros y generosos,
acurrucando el zumo cálido de mi tiempo.
Ella ordenaba en una palangana limpísima,
caimitos, mangos, jobos, que yo compraba.
No hacía falta más:
era todo el mundo que yo no tenía.
La mujer del vestido claro,
la del sombrero deshilachado,
cambiaba mi soledad
por un instante de permanencia frutal.
Barrio sin nombre
En mi vecindario el ruido
era como el roce de un blues,
abrasivo y penetrante.
Un toque musical
que trasladaba de sitio las puertas
y las ventanas de ese barrio.
En aquella calle ancha y sorda,
se reinventaba el mejor escenario.
Ahí se desvestían, precarias, las ilusiones.
Los niños crecíamos mascando la indiferencia
donde ronca el pavimento sus ocasos.
Nos rebelábamos en fantasías:
ser piratas en un mar y otro.
La marea mecía nuestros cuerpos
al filo de las rocas,
como si fuéramos un pincel
en las manos del océano,
para volver de algún sitio donde las carencias
eran invisibles.
Y así, finalmente,
reparar las bisagras de los sueños.
Afuera, mientras jugábamos,
la vida movía sus aromas por
los patios comunales del vecindario.
El olor acalorado del chile panameño y del jengibre
viajaron desde otros países hasta Puerto Limón,
como si cargaran un lenguaje
donde la brisa parecía decir algo,
entre las hojas de plátano y ñampí,
hasta mezclarse en el aire
con el olor del arroz cantonés
en una columna de hermandad.
El barrio sin nombre
tenía algo en común con aquellos niños.
Un nombre que no se concretó en ningún registro.
Los “hijos naturales” éramos como ese barrio:
una lista aparte
con un desmantelamiento escolar
a la vista de todos.
Un arrecife que la arena se tragó por la vergüenza.
Pero juntos nos consolábamos cada mañana
con el abrazo tibio de sus calles
y el deseo indestructible de inventarnos otro mundo.
Boleto al Caribe
He venido durante mucho tiempo
a recordar a la vendedora de chicheme
frente a mi antigua casa.
Al viejo comerciante de copos
que insistía en endulzarnos la vida
con su voz de hielo y de sirope.
Nos alegraban a los chiquillos no solo el paladar
sino también la tendencia
de embellecer nuestra realidad,
hasta versificar el ataque del vacío,
mientras saboreábamos despacio sus helados,
con el mismo regocijo
con que veíamos a las gaviotas.
Al recordar
los fragmentos de ese pasado
con su estructura suave de galleta de coco,
indaga sobre mí la divinidad del viento
con un boleto sin ley, ni gravedad,
en medio del Caribe y mis raíces.
Aún llevo en mi memoria
al barrendero,
que sonriente pasaba el escobón por los caños
con el mismo ánimo con el que pintaría una acuarela
entre la calle y su destino.
Los años fueron amontonándose
por las esquinas del vecindario.
El mismo mar,
envuelto en el peso ardiente de la arena
y un empuje joven que apenas me despierta,
hambriento de optimismo.
El presente está frente a mí,
lejos de mi niñez fantasiosa.
Ahora gobierna el cambio.
Los nuevos adoquines saltan de una acera a otra.
El Black Start Line espera su resurrección.
En el mercado, las voces de los vendedores
se tienden a la sombra
del viejo árbol de mango,
en una mezcolanza con las verduras,
juegos de azar y carnicerías,
y ocuparán la otra historia en el poema
donde Limón ya no es el mismo.
De mi libro Cuerdas Contra el Viento
2015
Lenguaje
Frente
a mi café,
Afino
el perfil
de tu recuerdo,
y me deslizo
sigilosa entre el humo
bebiendo el lenguaje de tu cuerpo.
Desencuentro
Para ser quien soy,
he peregrinado por el vientre de la luna en solitario.
Alcé mi nombre hasta la cumbre del destierro
y olvidé la llave de todas mis esperas, padre,
tú no estabas
en mi nombre ni en mi puerta.
Convocatoria
La vida es un océano,
un abrazo danzante
que desciende y deshoja
misterios de papel.
Huyo de todas las investiduras
que logran inquietarme.
Olvido aquella letanía.
Y te pienso.
Mis brazos se ensanchan
acortando longitudes.
Cae la tarde como un ángel.
Y te escribo. Y te pienso
en una pausa de luz
que sube hasta mi talle
y se desborda.
Te llamo con mi voz
Con el sonido frutal
de los botones de mi blusa,
que se desploma
sobre el poema del regreso.
Y te quedas.
De mi libro Cuerdas Contra el Viento
2017
Como un aguacero
Sí, algo le falta a mis manos.
Tú lo sabes.
Tal vez la ternura de ese niño
que vive a la intemperie
y sabe que no se le cumplirán los tres deseos.
Lo he visto pintar océanos donde no hay orillas,
guardar sus tesoros de cartón
donde nadie lo espera.
Lo he visto seguir dando vueltas
por este sucio bulevar
con un hervor de ausencias
en su pecho,
como si estuviera perdido en un campo de maíz,
preguntándose la causa del vacío,
el porqué de la grieta en el paraguas
prostituyendo su futuro.
Nunca sabrá cuantas personas
estábamos dispuestas a quererlo.
Entonces caigo en la cuenta
que no siempre hay un lugar
para todos en la vida.
Y que la verdad se disuelve
entre dos golpes en sol mayor.
Por eso siempre regresas a mi casa
y me dejas descansar sobre tu hombro
con la intención de dejar atrás,
hombres y mujeres que se cruzan
con ojos que husmean y pelean su presa.
Yo me quedo en los campos del olvido
con mis trenes de papel sobre el viento.
Pero ningún territorio está tan lejos
del bisturí de la zancadilla…
Tú lo sabes, algo le falta a mis manos,
algo como un aguacero
y su run run de amapolas.
Ese lugar común que te salva
estremeciendo trigales
cuando la voz no alcanza
y nos hace caminar por una calle
donde no ha pasado nadie.
7 en punto
El amor es una sombra, sí,
pero como lloras y mientes por él.
Silvia Plath
Lo había olvidado casi todo.
Tantos kilómetros sangran
dispuestos a recorrer el índice de nuestra historia.
Aunque ahora palpo la dicha
en este momento en que me preparo a cocinar
contigo a mi costado, ausente.
Pongo la radio y escucho
el quebranto de un blues
que irá conmigo hasta mi última estación,
como algo inalterable atándome a utopías.
Incapaz de alojar tu existencia,
mientras se escapa el olor
del aceite de oliva macerado en el tomate
por las paredes solitarias de esta cocina.
Aquí, las migajas aniquilan tu ausencia
y sin riendas, ni fe, ni control,
me quedo mirando durante un rato
la caja de té,
tan solo para rozarte
con el vapor de mis versos,
donde todo es bosque y despedida.
Con una emoción aérea sigo cocinando
para olvidar la tristeza,
pero tú,
aún me la recuerdas.
El Viento
Si yo pudiera atrapar al viento,
atrapar su canto incomprensible en mi bolsillo,
el último ardor de su tornado,
como si se tratase de un pincel
y así desdibujar
la guerra visceral de los cuchillos
y vagar por orgías invisibles.
Ah, la voz del viento incompleta y visionaria.
Pero él seguirá su marcha
con los adulterados rasgos de su geometría.
Yo lo veo a través de la beatitud
del espejismo
cuando recicla migajas de equipaje
por las calles vacías:
restos de cigarrillos,
plásticos, hojarasca,
cartas sin memoria de espaldas a la luz.
Yo lo veo en íntima comunión con sus instintos,
como un perro fiel
a la intemperie.
El viento…