Mía Gallegos
Mía Gallegos Domínguez nació en San José, Costa Rica el 17 de abril de 1953. Es poeta y periodista.
Ha publicado los siguientes libros de poesía: Golpe de Albas en 1977, con el que obtuvo el Premio Joven Creación, concurso convocado por la Editorial Costa Rica y la Asociación de Autores.
En 1978 recibió el premio Alfonsina Storni en Buenos Aires, Argentina por el poema Asterión, concurso auspiciado por la Fundación Givré.
En 1983 obtuvo el premio de los exbecarios de la Fundación Fullbright por el poemario que lleva el título de Makyo. En ese mismo año fue galardonada con el Premio Rubén Darío del Verso Ilustrado por el poema en prosa La mujer que conduce el coche.
En 1984 se le otorgó el premio de periodismo cultural Joaquín García Monge por su trabajo en el Programa de Televisión Galería.
En 1985 publicó el libro Los Reductos del Sol y recibió ese mismo año el Premio Nacional de Poesía Aquileo J. Echeverría. Este mismo año fue invitada a participar en el Programa de Escritores en la ciudad de Iowa, Estados Unidos.
En 1989 publicó El Claustro Elegido bajo el sello de la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia.
En 1995 publicó el libro de prosa poética Los Días y los Sueños bajo el sello de la Editorial Costa Rica.
En el año 2006 publicó El Umbral de las Horas en la Editorial Costa Rica y al año siguiente recibió el Premio Nacional Aquileo Echeverría en poesía.
Poemas suyos han aparecido en revistas y libros antológicos de Costa Rica, España y América Latina. También han sido traducidos al inglés, italiano y francés.
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PSIQUE
Ella sueña con un hombre que la mira dormir.
No le sonríe
para no distraerlo de su contemplación.
La amada, de tantos sueños, duerme
y se vuelve metáfora de polvo.
Él contempla
e imagina una palabra para nombrarla.
La encierra entre su voz y la guarda para sí.
¿Ariadna? Él pregunta.
Ella tiembla en sus almohadas.
¿Psique?
Ella entonces derrama unas gotas de su lámpara de aceite.
Lo unge sobre su frente.
Lo besa y se va.
DOLOR
Hoy han venido todos a mi lecho.
Todos.
Los dolores fieros,
esos,
los insoslayables como ciertas lágrimas,
esos que no tienen ni cura, ni alivio, ni consuelo.
Ese dolor que para otros se llama nostalgia
y para mí se llama abuelo.
También vinieron otros,
los que antes, ayer, hace un instante,
no tenían nombre, ni apellido
para poder nombrarlos.
Digo todos desde adentro,
y las siluetas se dibujan en las cuatro paredes.
Musito el nombre de Dios y no puedo rezarle,
porque nunca,
porque antes,
porque hace ya mucho tiempo,
ese hombre, deidad, hacedor hambriento
cruzó mi propio umbral y ya es conciencia.
¿A quién entonces decirle la última palabra,
la plegaria a medias,
en mitad de un llanto tranquilo, total,
sin espasmos?
EN LA PIEL DE ÍCARO
¿Y si al caer desnuda como una mariposa de lumbre,
voy a dar a tus brazos,
y moro algunos minutos entre tus largas piernas?
Y si arrojo estos poemas en mitad de tu lengua,
en medio de tu indómita camisa,
solo porque anhelo morir quemada.
¿En dónde, entonces,
quedará toda mi vida ahogada dentro de ti?
Quiero para ello
tener la piel de Ícaro
y habitar dentro de ti.
Y morir de muerte
pero dentro de ti.
SISIFO
Mi salto es la palabra.
La palabra es la piedra.
La palabra es el riesgo.
La palabra es el grito.
Yo quiero ser Sísifo.
Subiré a la cumbre sola o con las palabras.
El brillo del sol no me quemará.
MÍ
Soy la madre, la mía, mí.
La hija de mi madre y de mis hijas.
La determinada y la genética, la abierta.
Soy mis dos abuelas.
Una Hilda, una Marta.
Mía, yo, ustedes, todos,
la plural, la yo total, la subjetiva,
la incambiable, transformable.
Tengo una tía bíblica,
un abuelo con el nombre del ángel salvador.
Y aquí digo vida, murmuro la palabra tiempo,
pero no lo defino,
no existe.
Yo soy el tú que trasciende,
la sed,
la entrega a todo lo que mora,
a lo que vive y a lo que muere.
Yo lo amo todo.
Es mío y me pertenece.
Yo soy la mía mí, la plural,
la que sueña y la que intuye,
la silenciosa,
la luna de Endimión,
la ella inconforme,
que se rebela y por eso no se rebela.
Yo soy esta y soy más.
Indefinible,
audible,
ligera,
adusta,
callada,
La que siempre regresa y siempre se va.
La ella.
LA PALABRA
La poesía no está en la palabra.
La esencia está en lo otro,
en el tono que traiciona al poeta.
Hablo del idioma personal,
donde juntos se engarzan las nubes y el oído,
un lenguaje que apela a la miniatura y a los detalles,
a un libro que reproducimos en un verso,
a una escritura que nos viene siguiendo sin nombrarnos,
a una presencia cuyo nombre en vano
tratamos de aprehender,
y cuyo rostro nos ha mirado desde el primer nacimiento.
Necesito las palabras
para hallar dentro de mí la propia llave,
el interlocutor que no se presta al juego,
que no olvida,
que descifra el ajedrez traslúcido,
el de las manos que atrapan la sustancia,
el paraíso cuyo cielo aún no está fijo,
la manzana que es distinta a la que existe,
la redención de Eva en su curiosidad.
La palabra es una alusión
y nuestro intento por recordarla es
precisión,
ansiedad,
la remota piel que nos devora,
el íntimo animal,
la sangre cóncava y brutal.
En la palabra está la muerte perfecta
y la intuición de la otra muerte: la última.
Esa que de seguro abrirá la puerta del verdadero paraíso.